Al llegar al poder Miguel de la Madrid, su compañero de generación en la Facultad de Derecho, Muñoz Ledo se quedó esperando una invitación al gabinete, pero se mantuvo como representante en la ONU cuatro años más.
Fue en ese contexto que maduró, gradualmente, su idea de democratizar la vida interna del PRI y del país. En un parque atrás de la librería municipal de Nueva York, Porfirio solía pasear con Eugenio Anguiano (representante suplente de México en el Consejo de Seguridad) y con Adolfo Aguilar Zinser, para reflexionar sobre cómo concretar la apertura del tricolor y modificar la orientación neoliberal y tecnócrata de la economía impulsada por De la Madrid.
Ifigenia Martínez asegura que él fue sin duda el principal cerebro de la Corriente Democrática.
“La idea de democratizar al PRI fue de Porfirio, porque él comentaba desde Nueva York la desviación hacia la derecha que estaba sufriendo, lo había observado y comentaba conmigo la necesidad de rectificar”, sostiene la economista, quien fue integrante de la delegación mexicana en Naciones Unidas y, durante dos años, fue acogida por Muñoz Ledo como miembro de su familia.
Con Porfirio y Bertha Yáñez –su segunda esposa–, salían a museos y exposiciones todos los fines de semana. Aunque dedicaba horas a la política internacional, Porfirio se daba el lujo de ir a la ópera invitado por el tenor Plácido Domingo, ocho años menor que él y con quien había coincidido en el Instituto México. Un día se encontraron en el aeropuerto, fueron a comer y simpatizaron.
Muñoz Ledo subraya, en un afán de preservar la verdad histórica, que la idea de la creación de la Corriente Democrática fue del ex embajador de México en España, Rodolfo González Guevara. “Yo estaba hablando de organizar un movimiento intelectual, de opinión en favor de la apertura del proceso de la sucesión presidencial y en eso voy a una reunión en España en octubre de 1985, hablé con Rodolfo y él me dijo que había que hacer como el partido socialista (PSOE) en España, cuando hubo un grupo de oposición a Felipe González. Posteriormente nos volvimos a ver y me dijo que ya había logrado convencer a Cuauhtémoc Cárdenas para que fuera nuestro candidato a la Presidencia”, aclara.
En 1985, un incidente embarazoso precipitó su regreso a México. “Pistola en mano, Porfirio Muñoz Ledo, embajador de México ante las Naciones Unidas, protagonizó anteayer un escándalo en Nueva York”, tituló Excélsior en su edición vespertina del sábado 6 de abril de 1985. Los diarios mexicanos, con base en información de la policía de Nueva York y de diarios sensacionalistas, refirieron que el empresario Steven Goldstein, de 24 años, estacionó su vehículo dejando que su cajuela ocupara 30 centímetros el espacio que tenía reservado Muñoz Ledo frente a su residencia diplomática y éste al llegar colocó su Mercedes tan cerca del auto que no lo dejó salir. Cuentan que al rozar Goldstein el vehículo, Muñoz Ledo salió furioso del edificio donde se había metido y con una pistola rompió la ventanilla derecha de su auto. La nota incluía el testimonio hecho por Goldstein a la policía: “este tipo es un animal, se me vino encima blandiendo una pistola, gritando ¡Este sitio es mío!... rompió la ventanilla de mi auto, quedé cubierto de vidrios”.
La noticia corrió como pólvora en México, empañando la reputación de Porfirio, aunque la Cancillería aclaró casi de inmediato que si bien ocurrió el incidente fue protagonizado por el chofer del diplomático ya que éste se había ido horas antes de vacaciones de Semana Santa a Long Island con su familia.
A la sola mención del caso, Porfirio se endereza en su silla. “¿Quién te contó eso?”, pregunta con la voz entre amable y firme. “Esto se documentó. Hubo una declaración de la SRE, pero luego no me defendieron, ya querían que me viniera, yo les había pedido regresarme un año anterior, tenía muchas presiones, tenía una posición muy avanzada en Naciones Unidas, pero el presidente Miguel de la Madrid prefería que me quedara un rato más, luego me ofrecieron la embajada de Londres, pero yo me regresé”.