Cumplirá 80 años de edad el 23 de julio, y más de 50 de carrera política. Dirigió el PRI y el PRD, fue dos veces secretario de Estado, representante de México ante la ONU y la Unión Europea, candidato presidencial, senador, diputado... ¿Qué le quita el sueño a un político que ha trascendido a 10 presidentes?
Texto: Carole Simonnet  /  Fotos: Enrique Ortiz y Archivo General de la Nación  /  Diseño: Ana Tlapanco y Fernando Rétiz
El PRI

Muñoz Ledo no entró a la política por palancas o herencia familiar. Pertenece a una estirpe de políticos intelectuales en extinción que veían en la educación el mejor vehículo para ascender.

Desde muy joven aspiró a pasar a la historia, motivado por el entorno familiar. Sus padres, de clase media, le inculcaron a él y a sus tres hermanos (una mujer y dos hombres) el amor a la lectura y a la historia. Capricho de la vida o azar del destino, tuvo de compañero a Cuauhtémoc Cárdenas en el kínder “Brígida Alfaro”, al cual no ingresó por tener el abolengo del hijo del general Lázaro Cárdenas, sino por vivir en la cerrada de Xola, a unas cuadras de la escuela.

Con una beca de la Secretaría de Educación Pública, cursó la primaria y la secundaria en el Instituto México. Su papá, Porfirio Muñoz Ledo Castillo, profesor de educación física, lo preparó para ser un guerrero. Tomó clases de natación y de box por un asunto de autodefensa y ganó peleas en el Colegio Universitario México, una institución marista privada donde fue becado para estudiar la preparatoria.

Su talento de orador lo adquirió mediante el esfuerzo, la determinación y la disciplina. Tartamudo de niño, su mamá, Ana Lazo de la Vega Marín, profesora de primaria, lo entrenó para superar su trastorno de lenguaje con base en sesiones diarias de lectura. Su amigo, González Cosío, no duda en afirmar que en la Facultad de Derecho de la UNAM fue el más dotado de una generación de por sí brillante, llamada “Medio Siglo”, a la que pertenecían también Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Javier Wimer y Carlos Monsiváis, entre otros.

A sus 83 años, González Cosío habita un penthouse con vista al Parque México. Ahí, recuerda que él, Porfirio y Javier Wimer (fallecido en 2009) no sólo eran los mejores amigos, sino “intelectuales sin miedo” que cometieron tropelías de adolescentes. Como un día de 1953, en el que viajaron a Guanajuato a participar en el concurso nacional de oratoria. Al no tener dónde bañarse en el “cuchitril” donde se hospedaron por falta de recursos, se metieron en el hotel de los miembros de otra delegación, los encerraron mientras se bañaban en sus habitaciones y se perfumaban con sus lociones.

Porfirio ganó el primer lugar. Para festejar su triunfo, salió al balcón de su habitación con una sábana como única prenda, emulando la prestancia de un senador romano. “Se la arrancamos, cerramos la ventana y se quedó desnudo en el balcón”, relata González Cosío soltando la carcajada. Después, Porfirio fue campeón internacional de oratoria.

Muñoz Ledo era un joven audaz, con mucho ímpetu. Durante su carrera de derecho, que concluyó con un promedio de 9.8, fundó en 1952 la revista Medio Siglo, animado por uno de sus maestros, el doctor Mario de la Cueva, y en la que sus autores buscaban enarbolar la lucha social desde la inteligencia. Se convirtió en el presidente de la Sociedad de Alumnos y logró que el entonces secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos, apadrinara la organización sindical estudiantil, una acción que le permitiría años después ingresar al gobierno federal.

Así, pudo presumir que se incorporó a la política por sus dotes académicas y su elocuencia, y no por vínculos con el aparato priista. Al terminar la licenciatura impartió clases de historia universal y sociología en la Escuela Nacional Preparatoria y, como la mayoría de los de su generación, sintió la necesidad de estudiar en el extranjero. El gobierno francés le dio una beca para tomar clases en la Universidad de la Sorbona, en París.

Allí quedó marcado por las conferencias del sociólogo Raymond Aron, quien se definía más como reformista que como revolucionario. Con sus compañeros de estudio, instauraron la “Hora del Boulevard” que consistía en quedarse en la calle a hablar de política y de las obras que estaban leyendo.

Durante cuatro años permaneció en el extranjero haciendo su doctorado en derecho constitucional y ciencias políticas y luego dando clases en la Universidad de Toulouse, al sur de Francia. En ese país conoció a su primera esposa, Marie Hélène Chevannier, con quien procreó dos hijos: Lorena y Porfirio Thierry, actual embajador de México en Marruecos.

Por falta de dinero y por tener a su primer descendiente a los 27 años, regresó a México en 1960 y se reintegró a la vida académica dirigiendo la cátedra de Teoría del Estado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

“Cuando regresé a México, a través de don José Iturriaga, hubo una reunión en su casa donde me volvió a introducir con el presidente Adolfo López Mateos. Pero no acepté de inmediato entrar a un cargo público, porque estaba en lo de mi tesis; ya al año siguiente, acepté una asesoría”, rememora Muñoz Ledo.

A partir de ahí, su carrera en un sistema que se tornaba autoritario y hegemónico fue en ascenso. De office boy de López Mateos, pasó a ser subdirector de Enseñanza Superior y de Administración Científica de la SEP en 1961, por invitación de otro de sus maestros, Jaime Torres Bodet. Ese mismo año enseñó en la Escuela Normal Superior y un año después, a invitación de Daniel Cosío Villegas, fundó en El Colegio de México el curso “Gobierno y Proceso Político en México”.

En 1963, a sus 30 años, obtuvo su primer cargo en el PRI: presidente de la Comisión de Estudios sobre el Federalismo Mexicano del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES).

Con la llegada al poder de Gustavo Díaz Ordaz, se convirtió en consejero cultural de la embajada de México en Francia, un cargo que desempeñó apenas un año, entre 1965 y 1966, pues el embajador Ignacio Morones Prieto lo invitó a trabajar al IMSS.

Muñoz Ledo vivió la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 como secretario general de dicho instituto. El ataque a estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas ocurrió mientras él realizaba un viaje fuera de México.

“Ese día iba a Canadá a un Congreso. Donde me enteré fue en Washington porque pasaba por Washington y el embajador me lo platicó. Me dijo que había habido un incidente. No había mucha información, no se hablaba de muertes de estudiantes, sólo que se había producido un incidente. La información se vino conociendo después”, se justifica hoy en día.

Concluido el sexenio de Díaz Ordaz, Porfirio se incrustó plenamente en el sistema priista, al punto de formar parte del primer círculo del presidente Luis Echeverría, quien había sido el secretario de Gobernación de Díaz Ordaz. Lo hizo, primero, responsable de sus discursos durante la campaña presidencial; después, subsecretario de la Secretaría de la Presidencia y, finalmente, secretario del Trabajo.

Para el jurista de la UNAM, Ricardo Valero, Porfirio fue un priista que supo modernizar el lenguaje presidencial anquilosado de los setenta y luego crear instituciones. “Desde un principio, en algunos aspectos empezó a modificarse el discurso político al más alto nivel hacia uno más crítico y progresista. Porfirio fue subsecretario de la Presidencia entre 1970 y 1972, que era una secretaría que habían inventado poco tiempo antes para atemperar a la Secretaría de Gobernación y a la Secretaría de Hacienda”, subraya quien fue colaborador de Muñoz Ledo en dicha subsecretaría y en cargos posteriores.

Como titular de la Secretaría del Trabajo, entre 1972 y 1975, Muñoz Ledo creó la Comisión Nacional de Protección al Salario, el Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores y la Comisión Nacional de Salarios Mínimos.

El estilo personal de Porfirio despertaba envidias y su talento molestaba. Echeverría lo descartó como sucesor y se inclinó por José López Portillo. “No elimino la idea de que yo cometí errores, excesos, sí, porque yo no me medí, yo no tuve por mi propio carácter el privilegio del disimulo que era muy propio del antiguo gobierno. Yo presidía la comisión nacional tripartita, dialogaba con empresarios, organizábamos reuniones muy importantes, quizá me dejé ver demasiado para los usos y costumbres de aquella época. Además me divorcié, el primer año de gobierno de Echeverría me volví a casar, y eso no era muy bien visto en esta época”, alega.

Amante de la grandeza, Muñoz Ledo lo es también de las mujeres y de la buena vida. A pesar de dedicar horas a la administración pública, disfrutaba del baile, de copiosas comidas y del alcohol como una forma de confraternizar y de hablar de literatura, pintura, arquitectura y cine. En la casa de su amigo González Cosío, a la que acude todavía a sus casi 80 años a una comida al mes con un grupo de amigos, tiene reservado su vaso de martini, su bebida favorita que prepara personalmente. Su conocimiento del séptimo arte es tal que Gustavo Alatriste, fallecido director y productor de cintas de Luis Buñuel, llegó a decir que pocos conocen la gran pantalla como él. En su casa, además de sus libros, destacan una colección de arte africano y una carta del pintor ruso-mexicano Víctor Vlady que enmarcó y colgó en una pared de su sala.

Aunque no encajaba perfectamente en el sistema del disimulo priista, Porfirio aceptó resignado el dedazo a favor de López Portillo y éste lo premió con la presidencia del PRI y la coordinación de la campaña presidencial.

Como líder del partido, entre octubre de 1975 y noviembre de 1976, Muñoz Ledo lanzó su iniciativa de diplomacia partidaria para vincular el tricolor a los partidos latinoamericanos y en particular con los de la Internacional Socialista. Al copatrocinar la reunión de partidos de América Latina y Europa en Caracas, conoció al político portugués Mario Soares, que se convertiría en Presidente y en uno de sus mejores amigos hasta la fecha. Apenas en diciembre pasado, Porfirio pasó la Navidad con él en la capital lusa.

Muñoz Ledo siguió aspirando a la Presidencia y, cuando López Portillo lo designó secretario de Educación –en diciembre de 1976– cometió el error de publicitar su ambición política, en un sistema donde el que se movía no salía en la foto. “En Educación usé la indebida palabra, era yo un precandidato abierto a la Presidencia; entonces, no le llames envidia, llámale rivalidad, adversarios gratuitos por todos lados para que no creciera”, explica a 37 años de distancia.

En el año que duró al frente de la SEP, elaboró el Plan Nacional de Educación bajo fuertes presiones del Sindicato de maestros.

La modernización del Canal Once TV, creado desde 1959, se convirtió en otra fuente de fricciones con otros miembros del gabinete. Una de las anécdotas de su pasado que Muñoz Ledo disfruta escenificar a sus cercanos es la conversación que tuvo con el entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles: –¡Está tratando de hacer oposición dentro del gobierno con el canal! –le recriminó–. –No, secretario, no se está tratando sino se trata precisamente de eso, hacer oposición al gobierno, –respondió, ufano, Muñoz Ledo–.

El 9 de diciembre de 1977, el Presidente le pidió la renuncia al cargo y Porfirio encontró de nuevo refugio en El Colegio de México, como profesor asociado responsable de un seminario sobre política mexicana. Durante dos años, se dedicó a ser también profesor itinerante. Al no haber roto su relación personal con López Portillo, consiguió que éste lo nombrara consejero para asuntos especiales y pagara sus viajes a Europa, Estados Unidos y Sudamérica para dar clases y conferencias en universidades.