El senador del Frente Democrático Nacional entró a uno de los elevadores de la Cámara alta con los priistas Héctor Hugo Olivares Santana y Luis Martínez Fernández del Campo. Este último usaba muletas por una fractura del pie derecho.
–¿Qué te pasó? –preguntó Porfirio.
–Me accidenté sirviendo al PRI –respondió.
–No me dejarán mentir, profesor Olivares: el PRI no se salva ni a patadas –reviró Porfirio con sorna.
De mente ágil, Porfirio es un hombre que además de haber tenido iniciativas audaces, fue propenso a hacer bromas que no siempre eran bienvenidas ni entendidas por sus correligionarios, menos en momentos de tensión histórica. La formación de la Corriente Democrática dentro del PRI no fue de hecho para Porfirio un momento especialmente gracioso. De ser un priista respetable, a sus 54 años se convirtió en un traidor.
“Conforme la Corriente Democrática avanzaba se dieron cuenta de que Porfirio era realmente un disidente, un rebelde y un luchador social. Entonces no sólo se alejaron, sino que lo negaron y negaron su amistad. Dejaron de contestarle el teléfono, de invitarlo a comer. Luego le retiraron el saludo y afortunadamente su lambisconería”, narra María Xelhuantzi en el libro Porfirio. Una memoria (STAUDG, 2005).
Porfirio, Ifigenia Martínez y Cuauhtémoc Cárdenas (una vez que dejó la gubernatura de Michoacán) se reunían en una casa en Coyoacán para afinar la propuesta de la Corriente y definir las principales acciones de cara a la XIII Asamblea Nacional del PRI.
El 15 de diciembre de 1987, nueves meses después de que los principales responsables del movimiento fueran tildados de “caballos de troya” en dicha asamblea, Muñoz Ledo renunció al tricolor mediante una carta pública. Y el mismo día se presentó la Propuesta del Frente Democrático Nacional.
“Fuimos agredidos y marginados. Nos vimos precisados a transitar de una actitud crítica a otra disidente, hasta promover abiertamente la oposición progresista a efecto de honrar nuestras convicciones. Estamos empeñados en conformar, mediante la concertación de diversos partidos y fuerzas políticas, un amplio frente democrático que sostenga la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia de la República y se convierta en la primera fuerza electoral de México. Sólo así podremos derrotar al continuismo y devolver al pueblo la facultad suprema de autodeterminarse”, escribió ese día.
En 1988, Porfirio vivió intensamente la campaña presidencial de Cárdenas y la suya por llegar al Senado. Por primera vez, cuatro senadores de oposición fueron electos. Su equipo, formado por jóvenes de la UNAM, entre ellos Ricardo Álvarez Arredondo, Lorena Villavicencio, Marcela Britz y Mariana Saiz –que después se convirtió en su esposa–, recuerdan que llegaba a los mítines preguntando por la avanzada y el templete. Ante la penuria de recursos, se subía a los coches y con su oratoria juntaba a sus auditorios en los mercados, las plazas públicas y los centros universitarios.
Aunque los 60 senadores priistas le hicieron el vacío total, Porfirio destacó como parlamentario por sus intervenciones brillantes y por su audacia. Conserva a la fecha el récord del mayor número de intervenciones, 746 en seis años. Más de una vez, puso contra la pared a los priistas, a tal grado que la revista Proceso recogió la versión de que el presidente Carlos Salinas de Gortari los había regañado por dejarse apabullar por el perredista.
Los priistas no le perdonaban el gesto de interpelar a Miguel de la Madrid en su Sexto Informe de Gobierno, el 1o. de septiembre de 1988, una acción realmente osada que fue concertada previamente con los integrantes del Frente Democrático Nacional. Al salirse del salón de sesiones, Muñoz Ledo fue perseguido en los pasillos del Senado entre jaloneos, patadas y mentadas de madre. “Pinche rojo”, le gritó, por ejemplo, el general Alonso Aguirre.
Mariana Saiz comenta que ese día llegó temblando de coraje a la casa de una amiga donde se había quedado su equipo cercano. Saiz fue la tercera esposa de Muñoz Ledo. Se casó con él en 1998 tras más de 10 años de conocerse y tuvo una hija –Tamara–, quien acaba de cumplir 14 años. Mientras Mariana y esta reportera conversamos en un café de Polanco, un barrio donde la pareja vivió varios años en un departamento, antes de divorciarse en 2006, Muñoz Ledo le habla en cuatro ocasiones para ponerse de acuerdo respecto a un compromiso que tienen horas después. En una de las llamadas, el político pide hablar con la reportera para sugerirle: “¿le has preguntado ya por qué se divorció de un hombre tan brillante?”. A sus casi 80 años, Porfirio sigue teniendo sentido del humor, incluso cuando se trata de su propia persona.
En aquella época Porfirio era un torbellino; hiperactivo y muy exigente consigo mismo y con los demás. Se despertaba a las 6:30 AM y, como regla personal, se impuso ducharse y arreglarse en exactamente 14 minutos, para tener tiempo de tomar café y leer al menos tres periódicos antes de trasladarse a la oficina o a sus citas.
“El reloj no es de hule, es de acero”, subrayaba a los impuntuales. Su agenda estaba repleta de desayunos, comidas y cenas. Ricardo Álvarez Arredondo, actual asesor de la fracción de los diputados del PRD y uno de sus discípulos, recuerda que cuando le pedían ayuda el político contestaba “estoy ocupado, mano”; pero atendía sus peticiones.
Porfirio se empeñaba en atraer los reflectores con declaraciones contundentes. Construía sus discursos en voz alta en la regadera y seguía afinando las frases en caminatas en los parques para lograr notas de ocho columnas. Los priistas criticaban su afán protagónico y su ego consolidado. El ex gobernador de Veracruz Miguel Alemán Velasco llegó a decir un día que, así como los vampiros necesitan sangre, Porfirio necesita tinta en los periódicos.
–¿Has leído mis declaraciones hoy? –preguntó un día Porfirio a Luis Martínez, que llegaba de Oaxaca. Y, cuando el senador priista tuvo el periódico en las manos, Porfirio se lo arrancó. –Déjamelo, no resisto el placer de leerme y escucharme –le dijo.
El fallecido escritor Andrés Henestrosa definía en una frase las contradicciones de Muñoz Ledo. “Es un homo enredado y por eso es fascinante”.
El tránsito accidentado de Muñoz Ledo en el PRD no se puede entender si no se toma en cuenta el choque de personalidades y de estilo con Cuauhtémoc Cárdenas, con quien tuvo serias diferencias ideológicas y personales desde su participación en la construcción del Frente Democrático Nacional y del PRD, en 1989.
Porfirio estaba molesto con el ingeniero porque, a pesar de dar contenido ideólogo al FND, él lo bloqueaba cuantas veces podía.
Le reclamó primero haber desinflado el movimiento tras las elecciones de 1988 con arreglos secretos con varios dirigentes de partidos y, más adelante, por haberse apropiado de la estructura orgánica del PRD cuando, al ser designado primer presidente nacional, Cárdenas eliminó la figura del secretario general y centralizó la toma de decisiones.
Heberto Castillo asumió como secretario de Movimientos Sociales y Muñoz Ledo como secretario de Organizaciones, pero en ese cargo fracasó en construir bases sólidas de apoyo y, en cambio, vio cómo poco a poco iba surgiendo el grupismo en el partido.
Todavía hoy, Muñoz Ledo evoca con amargura el episodio. “El problema fue que el ingeniero Cárdenas nunca nos dijo que había hablado con Salinas, ese fue el problema y él lo reconoció después... El hecho es que hicimos un esfuerzo excepcional para cambiar el rumbo del país, para que no se enquistara la doctrina neoliberal en México, y sacamos lo contrario”, menciona.
En ese contexto de tensiones, Porfirio se lanzó a una aventura personal en 1991: la conquista de la gubernatura de Guanajuato. Consiguió apenas 7.7 por ciento de los votos, pero gracias a una estrategia de protestas sociales contra el fraude electoral concertada con el candidato panista Vicente Fox, el priista Ramón Aguirre Velázquez nunca tomó posesión. Muñoz Ledo fue electo presidente del PRD en 1993 apoyado por una coalición de corrientes.
En 1994, la segunda campaña presidencial de Cárdenas puso al descubierto sus diferencias, tal como lo describió Adolfo Aguilar Zinser en su libro sobre la campaña Vamos a ganar (Océano, 1995): “Porfirio entendió la campaña como una lucha por el poder, Cuauhtémoc como una lucha por la democracia; Porfirio veía la contienda como un problema de estrategias, tácticas y recursos, Cárdenas como un asunto de congruencia y principios. Para Muñoz Ledo, la transición se alcanzaría sólo si después de combatir al régimen y medir fuerzas con él, se edificaban los puentes, las amarras y los compromisos por los cuales cruzar, más o menos de acuerdo con los vencidos, el último trecho. Cuauhtémoc entendía ese desenlace como la aniquilación definitiva del contrincante. Esas eran sus diferencias de fondo; en ellas se cifraban su conflicto y desencuentro definitivo. Porfirio es un hombre político, Cuauhtémoc es un líder moral”.
Tras la victoria de Ernesto Zedillo, las diferencias se exacerbaron. Porfirio impulsaba un proyecto de transición que desembocaría en una reforma de las instituciones; Cuauhtémoc promovía un “gobierno de salvación nacional”, que implicaba la renuncia del Presidente electo. Porfirio convocó al Congreso de Oaxtepec, en agosto de 1995, para definir el rumbo del PRD tras la debacle electoral. Tras una discusión intensa entre ambos bloques, ganó su propuesta de llevar a cabo acuerdos de índole político-electoral con el gobierno de Zedillo.
Con el aval de su partido, el dirigente perredista encabezó las negociaciones, que se concretaron el 25 de julio de 1996 con la reforma electoral que ciudadanizó al IFE y abrió la puerta a la primera elección de autoridades en el Distrito Federal.
Pero un año después tuvo un nuevo fracaso personal frente a Cárdenas, cuando ambos compitieron por la candidatura a jefe de Gobierno capitalino. Derrotado por amplio margen, Porfirio fue rescatado por el entonces presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador, quien lo propuso para encabezar la lista de diputados federales.
Cárdenas se convirtió en el primer jefe de Gobierno electo de la capital, y Porfirio revivió políticamente al inicio de la LVII Legislatura, gracias a una exitosa negociación del PRD con PAN, PVEM y PT para quitarle la mayoría al PRI, que por primera vez en la historia había alcanzado apenas la primera minoría en las elecciones intermedias. Las cuatro fracciones opositoras eligieron a Muñoz Ledo presidente de la Mesa Directiva, lo que prendió focos rojos en el PRI.
El gobierno de Zedillo mandó a operadores para impedir que el ex presidente del PRI respondiera a su Tercer Informe de Gobierno. Intentaron negociar primero que una mujer asumiera la presidencia de la Cámara baja, y ofrecieron luego el cargo al vicecoordinador de la fracción del PRD, Pablo Gómez.
“Los mandé por un tubo”, rememora Gómez, “no estábamos en condiciones de obsequiar una satisfacción personal a un Presidente que hacía berrinche y amenazó incluso con que el Congreso no se instalara y no hubiera sesión el 1o. de septiembre”.
Finalmente, Porfirio contestó el Tercer Informe con un discurso firme pero sobrio –aplaudido por políticos de todos los partidos–, en el que instaba a Zedillo a regresar a la Cámara a debatir sobre los resultados de su gobierno.
“Ninguna ocasión mejor que ésta para evocar el llamado que, en los albores del parlamentarismo, la justicia mayor de Aragón, hacía el entonces monarca para exigirle respeto a los derechos de sus compatriotas: ‘Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos’”, le dijo.
La pieza oratoria culminaba con tres palabras contenidas en los lemas del PRD y del PAN. “Remontemos las comarcas de la intolerancia; mostremos a todos que somos capaces de edificar, en la fraternidad y con el arma suprema de la razón, una patria para todos”.
Como en otros cargos que ostentó, Muñoz Ledo promovió el diálogo y la creación de instituciones internas en el recinto legislativo: la transmisión en vivo de las sesiones ordinarias en el Canal del Congreso, el acercamiento entre los coordinadores parlamentarios y los ministros de la Suprema Corte de Justicia y el diálogo con el Ejecutivo para definir una agenda legislativa común. El gremio periodístico le reprocha, en cambio, haberlo replegado a un palco que Porfirio bautizó como “corral de la ignominia”.
En esos años, Porfirio creó su propia corriente en el partido llamada Asociación por la Nueva República, cuyo objetivo principal era impulsar una nueva Constitución. Y, a la altura de sus virtudes, de su capacidad intelectual y de su anhelo de democratizar el país, florecían sus defectos: impaciente, intolerante y a menudo hiriente.
–Despídanlo –soltó un día Porfirio a uno de sus colaboradores, a quien pedía dejar en la calle era a su chofer, pues esa mañana había escogido mal su portafolio–. Porfirio tenía cuatro de colores diferentes para cada una de sus funciones: diputado, presidente de la Cámara, miembro de la dirección del PRD y representante de los intereses mexicanos en el exterior.
Ricardo Álvarez Arredondo, secretario técnico de la Presidencia, intervino para tranquilizarlo. –No, no, no, mano, no te metas, este no lo trae, no puede trabajar conmigo, se va. Llámalo y despídelo, los que están conmigo no pueden tener estos errores –insistió. Horas después, regresó para tomar sus cosas y salir al aeropuerto. –¿Dónde está mi chófer? –preguntó– ¿Cómo que lo corrieron? No, no, no, háblale y dile que no sea sentido, dile que lo necesito. En realidad, su equipo, que conocía sus desplantes, le había dado el día al chofer.