Su segunda etapa diplomática fue más accidentada y menos productiva que la primera. Confrontado con el canciller foxista Jorge G. Castañeda, Muñoz Ledo regresó en julio de 2004 de Bruselas para incorporarse a la vida política y promover, otra vez, la reforma del Estado. Esta vez desde el Centro Latinoamericano de la Globalidad, una pequeña fundación que creó en 1997.
En una cena privada, Fox le pidió operar a favor del desafuero de López Obrador y, con sus esposas Marta Sahagún y Mariana Saiz como testigos, Porfirio le reviró que su maniobra era un craso error.
El desafuero le dio el pretexto ideal para romper con Fox y volver a la izquierda, pero el regreso no fue fácil. Muñoz Ledo pagó su aventura foxista con una rechifla memorable en la plancha del Zócalo el día de la marcha contra el desafuero –24 de abril de 2005– que congregó a medio millón de personas, ante las cuales Andrés Manuel le pidió de manera imprevista dar un mensaje. Pero, como en otros momentos de su trayectoria, Porfirio se acomodó emulando una estrategia usada por la izquierda francesa: “radicalizarse para recuperar la confianza”, según le confió a Manuel Camacho en la campaña de 2006.
Porfirio no logró pertenecer al círculo más íntimo del candidato, pero participó en la elaboración de la plataforma electoral de la Coalición por el Bien de Todos y consiguió la coordinación del Consejo Consultivo para un Proyecto Alternativo de Nación.
Tras la polémica elección, Porfirio participó en la estrategia de denuncia del fraude y en la conformación del Frente Amplio Progresista, en octubre del 2006. En abril del 2007 asumió como consultor para la reforma del Estado de la Comisión Ejecutiva de Negociación y Construcción de Acuerdos (CENCA), promovida por Manlio Fabio Beltrones en el Senado de la República. Un proceso de reforma del Estado que, nuevamente, acabó frustrado.
Se convirtió en coordinador del Frente Amplio Progresista el 8 de enero de 2008 y en diputado del PT en el 2009. De esa época surgió un libro polémico: La vía radical, una vía para refundar la República (Grijalbo, 2010), en el que insiste en la necesidad de instaurar la revocación de mandato y cambiar hacia un régimen semipresidencial o parlamentario. Fue la quinta obra que escribió tras Compromisos (1986), La Sociedad Frente al Poder (1993), Sumario de una Izquierda Republicana (2000) y Conclusiones y Propuestas (2004).
Porfirio niega que haya dejado su convicción reformista. “No es un cambio de posición, porque yo en La vía radical no llamo al levantamiento armado, sino a la gran movilización social; lo que pasa es que uno es el momento de la transición inicial, que es donde cambiamos las reglas de juego para hacer una estructura electoral que permitiera la pluralidad y darle la autonomía relativa de la que goza el DF, y otros fueron los momentos posteriores: cuando ni aún por la vía de la pluralidad pudimos cambiar las cosas. Sigue habiendo en México una mayoría conservadora en la toma de decisiones”, justifica.
El escritorio donde está sentado está repleto de libros, asoma la última obra que está leyendo: De Senectute de Norberto Bobbio, en el que el filósofo critica la marginación del anciano en la sociedad.
“No soy creyente y no sé si lo lamento a estas alturas de mi vida. Como dice el De Senectute, si fuera yo creyente tendría todos mis problemas de vejez resueltos”, suelta mirando el libro.
Porfirio está consciente de que no le queda mucho tiempo. Aquilata sus logros y fracasos. Cree haber dejado una incidencia en la historia del país, sobre todo en el momento de la ruptura con el antiguo régimen, pero lamenta que él, su generación y las posteriores, no hayan logrado consolidar la transición democrática y cambiar las instituciones.
En una primera entrevista hecha para este perfil, en su despacho de la calle Eugenia en la colonia Nápoles, Porfirio reconoció pensar en la muerte y se refirió a una frase que le gustó de un diálogo en la película de recién estreno Cuatro Notas de Dustin Hoffman, que cuenta la vida de tres veteranos músicos en una casa de retiro: “se necesita valor para ser viejo”.
Su despacho está amueblado sin lujos, aunque cuenta con una terraza con una vista atractiva de la ciudad. En la pared de su oficina, detrás de un escritorio de madera, cuelga un retrato de Benito Juárez. Cientos de libros descansan en anaqueles. Renta el lugar desde 2008 con los ingresos que recibe por su programa de televisión Bitácora Mexicana, en el Canal Mexiquense, sus columnas en un periódico nacional y el sueldo de 70 mil pesos mensuales que recibe del gobierno de la ciudad como comisionado. Su secretaria Lilia, su responsable de prensa Alfonso Velasco y otras 4 personas que trabajan bajo su mando se preparan para mudarse a unas oficinas en el Zócalo.
Porfirio ya no hace planes de largo plazo. Aspira a dejar bien encaminada la reforma política del DF y a revisar sus memorias que el profesor Jim Wilkinson, de la Universidad de Los Ángeles, inició como parte de un trabajo sobre la historia oral.
Se trata de horas y horas de entrevistas sobre su vida hasta 1987, que dan a la fecha siete capítulos de mil 349 páginas. Los tomos tienen encabezados que sugieren la multidimensión del personaje: el estudiante, el joven funcionario laborista, el dirigente político, el educador, el dirigente de la oposición y vida personal.
Desde 2009, el hombre que piensa en pasar a la historia donó también al Archivo General de la Nación 608 cajas de documentos que describen agendas de trabajo, informes, discursos, propuestas, correspondencias, iniciativas, entre otras cosas en los 15 cargos públicos en México y en el extranjero y 9 puestos partidarios que ha ocupado en ese periodo. Un total de 120 metros de galería en el Palacio de Lecumberri, que invitan a entrar en el mundo de un auténtico animal político.